Arturo Alejandro Muñoz
Finalmente, los extremos se topan.
De tanto caminar hacia la derecha se llega a la izquierda, y viceversa.
El frío intenso quema.
Ustedes, estimados lectores, acaban de leer algunas de las más conocidas y manidas frases que habitualmente se usan en conversaciones que versan sobre política; frases que, sin duda, tienen sólido asidero en la realidad y no necesitan refuerzos para demostrar una posición respecto de tal o cual idea-fuerza.
Pero, lamentablemente, en política partidista es habitual que los contendores caigan en obviedades de violencia discursiva cuando esas discusiones comienzan a acalorarse y se pierde el norte del tema principal. Ello es ciertamente peligroso ya que no sólo enturbia los procesos democráticos sino, además, despeja caminos inefables que conducen a batallas sin destino. En algún lugar del continente se está produciendo lo que hemos mencionado en las recientes líneas.
Este mes de noviembre trae eventos de magna relevancia en dos países de nuestra amada América Latina. Chile y Honduras deben elegir gobernantes, y en ambas naciones se ha producido un enfrentamiento ideológico que amenaza con llevar a las respectivas casas de gobierno a un representante de los extremos del arco político.
Entonces, una vez más, las frases ya manidas vuelven a tener sentido y adquieren fisonomía de verdades irreductibles. ¿Necesita ejemplos?
“Quien a los 20 años no es de izquierda, no tiene corazón…y quien a los 40 no es de derecha, no tiene cerebro”. Los franceses la inventaron, y la han aplicado en varias oportunidades.

Digamos, sin temor a equivocarnos, que en todos aquellos países que poseen un sistema democrático, las “mayorías silenciosas” buscan el equilibrio. Ello, en política, se conoce como “el centro”. Para esas mayorías que no salen a las calles ni se manifiestan visiblemente, lo vital es buscar el punto intermedio. “Dadme un punto de apoyo y moveré el mundo”, dijo Arquímedes. Ese punto de apoyo en política es, indudablemente, ‘el centro’.
Chile y Honduras pueden asegurar a ciencia cierta que las ‘mayorías silenciosas’ son quienes han determinado el triunfo o el fracaso de muchos candidatos al gobierno y al Parlamento. La polarización cuenta con huestes de mucho menor cuantía, aunque más vociferantes. Y quienes ocupan los extremos del arco político son plenamente conscientes que para obtener el triunfo deben conquistar parte significativa de aquellos “silenciosos” que son, a no dudar, los que definen elecciones.
Sin embargo, esta vez lo anterior no está acaeciendo ni en Honduras ni en Chile. Los candidatos de los extremos parecen haberse esforzado en alejar a los ‘silenciosos’. Y esos ‘silenciosos’, son mayoría…aunque al menos en Chile aparecen carentes de liderazgo y de estructura orgánica. No así en Honduras. En fin, veamos el detalle.
Los dos extremos de la cuerda política hondureña han arreciado en sus campañas las últimas semanas, asegurando cada quien un triunfo “aplastante”. Xiomara Castro, de 62 años, encabeza una alianza de tres partidos con notorias diferencias ideológicas, esa misma alianza perdió las elecciones del 2017, y hoy su máxima representante –Xiomara Castro- parece venir con furiosa decisión de imponer un gobierno que promete “cambiar de raíz la actual Honduras”, cuestión que ha llevado a la candidata a cometer el peor de los errores, el de la soberbia al asegurar que ya tiene el triunfo en sus manos y emitir juicios y frases que atacan directamente a varios sectores de la sociedad hondureña. Habla de paz, pero actúa en su contra, y a los hechos es posible remitirnos.
Frente a ella se encuentra Nasry ‘Tito’ Asfura, de 63 años, el otro extremo de la madeja, representante del derechista Partido Nacional (PN), cobijado por Juan Orlando Hernández, el actual presidente hondureño cuyo gobierno, a juicio de muchos, ha sido un ‘desastre’, lo que gatilló el éxodo de miles de personas que desean alcanzar las fronteras de mejores países y mantiene a Honduras con casi un 70% de pobreza. “Yo soy diferente a cualquier político”, ha pontificado Asfura a viva voz, pero la dura realidad así como la cercanía y dependencia respecto del actual mandatario, lo desmienten. Oportuno es recordar que una corte de Nueva York tildó a Honduras y al gobierno de Hernández de “narcoestado”, luego de que algunos capos de la narcomafia se entregaron a Estados Unidos y testificaron en contra del exdiputado oficialista Antonio «Tony» Hernández, hermano del presidente y condenado a cadena perpetua.

Ante estos panoramas nada halagüeños, hay no obstante una alternativa…es aquella que propone el candidato del Partido Liberal, Yani Rosenthal Hidalgo, a través de un programa de gobierno aterrizado, moderno, que satisface las principales demandas de la sociedad hondureña en su conjunto, y no desmedra a sector alguno en beneficio del total. En tanto, la ‘mayoría silenciosa’ continúa expectante y sin pronunciarse, pero bien podría inclinar la balanza el próximo domingo 28 de noviembre y optar por la mesura, la paz, y por una democracia decidida a solidificar las instituciones fundamentales de la nación.
En tanto, en Chile, al sur del mundo, encontramos una situación parecida a la descrita recién. El domingo 21 de noviembre el electorado concurrirá a los centros de votación para elegir a la persona que deberá dirigir los destinos del país en los próximos cuatro años. El indiscutido éxito macroeconómico de la nación andina en las últimas cuatro décadas, se encuentra en crisis debido a la mala distribución de la riqueza, los bajos salarios, el incremento de la delincuencia y la corrupción, entre otros hechos que bien merecerían una crónica aparte.
El 72% de los chilenos votaron favorablemente un plebiscito constitucional aprobando redactar una nueva Carta Fundamental con la participación directa y efectiva de constituyentes elegidos democráticamente. Un hecho a todas luces histórico no sólo para Chile, sino también para el mundo.
La fractura en la sociedad civil chilena es evidente. El violento y masivo estallido social ocurrido en octubre de 2019 que movilizó a millones de chilenos que se tomaron calles, plazas y avenidas a lo largo del país, da cuenta de cuán profunda es esa división, atendida además la el alto nivel de rechazo que el electorado manifiesta al actual mandatario, el derechista Sebastián Piñera (aproximadamente, 75% de rechazo, según todas las encuestas de opinión). Con este verdadero caldo hirviendo-, los chilenos deberán elegir un nuevo presidente, nuevos diputados, nuevos consejeros regionales y cambiar la mitad del senado.
Y ahí están -¡cómo no!- los extremos de la madeja luchando por agenciarse el triunfo, aprovechando el hastío que la comunidad chilena siente y manifiesta por el actual gobierno y por las instituciones fundamentales como el poder legislativo, los cuerpos de policía y las fuerzas armadas.
En una punta de la madeja está un candidato ultranacionalista, pinochetista declarado, José Antonio Kast, que el diario estadounidense The Washington Post calificó como “el fascismo sin tapujos” .
En la otra punta se encuentra un candidato joven, Gabriel Boric, perteneciente a un también novel partido, el izquierdista Frente Amplio apoyado sin ambages y oficialmente por el partido comunista chileno. Entre ambos extremos, como siempre, se encuentra la ‘mayoría silenciosa’, aquella que en más de un proceso electoral dio el triunfo a partidos y candidatos ubicados en el centro del arco político, cual fue el caso de los gobierno-s de la Concertación de Partidos por la Democracia, referente hoy desperfilado por los hechos que se señalaron escuetamente en líneas anteriores. Y en ese centro del mentado arco político, hay candidatos que bien podrían administrar un gobierno moderno, mesurado y respetuoso de la institucionalidad, dispuesto a otorgar un mejor estado de bienestar a una sociedad que ha sufrido durante décadas el consumismo desatado y el individualismo enemigo de la verdadera solidaridad.
Como es dable colegir, en Honduras y en Chile este mes de noviembre se pone en juego (ojalá que no en jaque) la tranquilidad y la paz, el desarrollo sustentable, el equilibrio en las decisiones gubernamentales y obviamente la solidez de la democracia institucional.
Alea iacta est, la suerte está echada. En las manos del electorado de ambos países está el futuro de esas queridas naciones.